12/6/08

Oraciones de la Madre Teresa de Calcuta ( Refleccion)


La Madre Teresa, fundadora de las Misioneras de la Caridad, fue testimonio vivo de amor a Jesucristo por su entrega total a servirle en los "mas pobres entre los pobres". Su ejemplo ha sido un reto a la conciencia de la humanidad. En un tiempo marcado por la rebelión, la Madre Teresa defendió fuertemente la fidelidad al magisterio de la Iglesia, la santidad de la vida humana, la familia y la moral. Nos enseñó la verdadera dignidad de la mujer convirtiéndose en madre de todos. Nos enseñó que la mayor pobreza la encontró no en los arrabales de Calcuta sino en los países mas ricos cuando falta el amor, en las sociedades que permiten el aborto: "Para mi, las naciones que han legalizado el aborto son las mas pobres, le tienen miedo a un niño no nacido y el niño tiene que morir"-Madre Teresa
ORACION PARA APRENDER A AMAR
Señor, cuando tenga hambre, dame alguien que necesite comida;Cuando tenga sed, dame alguien que precise agua;Cuando sienta frío, dame alguien que necesite calor.Cuando sufra, dame alguien que necesita consuelo;Cuando mi cruz parezca pesada, déjame compartir la cruz del otro;Cuando me vea pobre, pon a mi lado algún necesitado.Cuando no tenga tiempo, dame alguien que precise de mis minutos;Cuando sufra humillación, dame ocasión para elogiar a alguien; Cuando esté desanimado, dame alguien para darle nuevos ánimos.Cuando quiera que los otros me comprendan, dame alguien que necesite de mi comprensión;Cuando sienta necesidad de que cuiden de mí, dame alguien a quien pueda atender;Cuando piense en mí mismo, vuelve mi atención hacia otra persona.
Haznos dignos, Señor, de servir a nuestros hermanos;Dales, a través de nuestras manos, no sólo el pan de cada día, también nuestro amor misericordioso, imagen del tuyo.
-Madre Teresa de Calcuta M.C.


Nunca te detengas
Siempre ten presente que:La piel se arruga, el pelo se vuelve blanco, los días se convierten en años. Pero lo importante no cambia, tu fuerza y tu convicción no tienen edad. Tu espíritu es el plumero de cualquier tela de araña, detrás de cada línea de llegada, hay una de partida; detrás de cada logro, hay otro desafío. Mientras estés vivo, siéntete vivo; si extrañas lo bueno que hacías, vuelve a hacerlo. No vivas de fotos amarillas, sigue aunque todos esperen que abandones. No dejes que se oxide el hierro que hay en ti.
Haz que en vez de lástima, te tengan respeto. Cuando por los años no puedas correr, trota; cuando no puedas trotar, camina; cuando no puedas caminar, usa el bastón. Pero nunca te detengas.
Madre Teresa de Calcuta.


Oración para sonreir
Señor, renueva mi espíritu y dibuja en mi rostro sonrisas de gozo por la riqueza de tu bendición. Que mis ojos sonrían diariamente por el cuidado y compañerismo de mi familia y de mi comunidad. Que mi corazón sonría diariamente por las alegrías y dolores que compartimos. Que mi boca sonría diariamente con la alegría y regocijo de tus trabajos. Que mi rostro dé testimonio diariamente de la alegría que tú me brindas. Gracias por este regalo de mi sonrisa, Señor.

24/3/08

Los hijos son hijos de la vida

Y una mujer que sostenía un bebé contra su pecho dijo, Háblanos de los Hijos. Y el contestó:
Vuestros hijos no son vuestros hijos. Ellos son los hijos y las hijas de la Vida que trata de llenarse a si misma Ellos vienen a través de vosotros pero no de vosotros. Y aunque ellos están con vosotros no os pertenecen. Les podeís dar vuestro amor, pero no vuestros pensamientos. Porque ellos tienen sus propios pensamientos. Podeís dar habitáculo a sus cuerpos pero no a sus almas, Pues sus almas habitan en la casa del mañana, la cual no ser puede visitar, ni tan siquiera en los sueños. Podeís anhelar ser como ellos, pero no lucheís para hacerlos como sois vosotros. Porque la vida no maarcha hacia atrás y no se mueve con el ayer. Vosotros sois los arcos con los que vuestros hijos, como flechas vivientes son lanzados a la Vida. El Gran Arquero ve la diana en el camino del infinito, y la dobla con su poder y sus flechas pueden ir rápidas y lejos. Haced que la forma en que dobleís el arco en vuestra manos sea para alegría. El también, además a amar la flecha que vuela, ama el arco que es estable.

Cómo lograr una autoridad positiva

Tener autoridad, que no autoritarismo, es básico para la educación de nuestro hijo. Debemos marcar límites y objetivos claros que le permitan diferenciar qué está bien y qué está mal, pero uno de los errores más frecuentes de padres y madres es excederse en la tolerancia. Y entonces empiezan los problemas. Hay que llegar a un equilibrio, ¿cómo conseguirlo para tener autoridad?
En una de las primeras charlas que dí a un grupo de padres de un parvulario, una madre levantó la mano y me preguntó:

- ¿Qué hago si mi hijo está encima de la mesa y no quiere bajar?
- Dígale que baje, - le dije yo.
- Ya se lo digo, pero no me hace caso y no baja- respondió la madre con voz de derrotada.
- ¿Cuántos años tiene el niño?- le pregunté.
- Tres años - afirmó ella.

Situaciones semejantes a ésta se presentan frecuentemente cuando tengo ocasión de comunicar con un grupo de padres. Generalmente suele ser la madre quien pone la cuestión sobre la mesa aunque estén los dos. El padre simplemente asiente, bien con un silencio cómplice, bien afirmando con la cabeza, porque el problema es de los dos, evidentemente.

¿Qué ha pasado para que en tan pocos meses una pareja de personas adultas, triunfadoras en el campo profesional y social, hayan dilapidado el capital de autoridad que tenían cuando nació el niño?

Actuaciones paternas y maternas, a veces llenas de buena voluntad, minan la propia autoridad y hacen que los niños primero y los adolescentes después no tengan un desarrollo equilibrado y feliz con la consiguiente angustia para los padres. El padre o la madre que primero reconoce no saber qué hacer ante las conductas disruptivas de su pequeño y que, después, siente que ha perdido a su hijo adolescente, no puede disfrutar de una buena calidad de vida, por muy bien que le vaya económica, laboral y socialmente, porque ha fracasado en el "negocio" más importante: la educación de sus hijos.

¿Cuáles son los errores más frecuentes que padres y madres cometemos cuando interaccionamos con nuestros hijos?




Antes de que siga leyendo, quiero advertirle que, posiblemente, usted, como todos -yo también- en alguna ocasión ha cometido cada uno de los errores que se apuntan a continuación. No se preocupe por ello. No es un desastre. Es lo normal en cualquier persona que intenta educar TODOS LOS DIAS. Tiene su parte positiva. Quiere decir que intenta educar, lo cual ya es mucho. En educación lo que deja huella en el niño no es lo que se hace alguna vez, sino lo que se hace continuamente. Lo importante es que, tras un periodo de reflexión, los padres consideren, en cada caso, las actuaciones que pueden ser más negativas para la educación de sus hijos, y traten de ponerles remedio.


Estos son los principales errores que, con más frecuencia, debilitan y disminuyen la autoridad de los padres:

La permisividad. Es imposible educar sin intervenir. El niño, cuando nace, no tiene conciencia de lo que es bueno ni de lo que es malo. No sabe si se puede rayar en las paredes o no. Los adultos somos los que hemos de decirle lo que está bien o lo que está mal. El dejar que se ponga de pie encima del sofá porque es pequeño, por miedo a frustrarlo o por comodidad es el principio de una mala educación. Un hijo que hace "fechorías" y su padre no le corrige, piensa que es porque su padre ni lo estima ni lo valora. Los niños necesitan referentes y límites para crecer seguros y felices.
Ceder después de decir no. Una vez que usted se ha decidido a actuar, la primera regla de oro a respetar es la del no. El no es innegociable. Nunca se puede negociar el no, y perdone que insista, pero es el error más frecuente y que más daño hace a los niños. Cuando usted vaya a decir no a su hijo, piénselo bien, porque no hay marcha atrás. Si usted le ha dicho a su hijo que hoy no verá la televisión, porque ayer estuvo más tiempo del que debía y no hizo los deberes, su hijo no puede ver la televisión aunque le pida de rodillas y por favor, con cara suplicante, llena de pena, otra oportunidad. Hay niños tan entrenados en esta parodia que podrían enseñar mucho a las estrellas del cine y del teatro.
En cambio, el sí, sí se puede negociar. Si usted piensa que el niño puede ver la televisión esa tarde, negocie con él qué programa y cuanto rato.

El autoritarismo. Es el otro extremo del mismo palo que la permisividad. Es intentar que el niño/a haga todo lo que el padre quiere anulándole su personalidad. El autoritarismo sólo persigue la obediencia por la obediencia. Su objetivo no es una persona equilibrada y con capacidad de autodominio, sino hacer una persona sumisa, esclavo sin iniciativa, que haga todo lo que dice el adulto. Es tan negativo para la educación como la permisividad.

Falta de coherencia. Ya hemos dicho que los niños han de tener referentes y límites estables. Las reacciones del padre/madre han de ser siempre dentro de una misma línea ante los mismos hechos. Nuestro estado de ánimo ha de influir lo menos posible en la importancia que se da a los hechos. Si hoy está mal rayar en la pared, mañana, también.
Igualmente es fundamental la coherencia entre el padre y la madre. Si el padre le dice a su hijo que se ha de comer con los cubiertos, la madre le ha de apoyar, y viceversa. No debe caer en la trampa de: "Déjalo que coma como quiera, lo importante es que coma".

Gritar. Perder los estribos. A veces es difícil no perderlos. De hecho todo educador sincero reconoce haberlos perdido alguna vez en mayor o menor medida. Perder los estribos supone un abuso de la fuerza que conlleva una humillación y un deterioro de la autoestima para el niño. Además, a todo se acostumbra uno. El niño también a los gritos a los que cada vez hace menos caso: Perro ladrador, poco mordedor. Al final, para que el niño hiciera caso, habría que gritar tanto que ninguna garganta humana está concebida para alcanzar la potencia de grito necesaria para que el niño reaccionase.
Gritar conlleva un gran peligro inherente. Cuando los gritos no dan resultado, la ira del adulto puede pasar fácilmente al insulto, la humillación e incluso los malos tratos psíquicos y físicos, lo cual es muy grave. Nunca debemos llegar a este extremo. Si los padres se sienten desbordados, deben pedir ayuda: tutores, psicólogos, escuelas de padres...

No cumplir las promesas ni las amenazas. El niño aprende muy pronto que cuanto más promete o amenaza un padre/madre menos cumple lo que dicen. Cada promesa o amenaza no cumplida es un girón de autoridad que se queda por el camino. Las promesas y amenazas deber ser realistas, es decir fáciles de aplicar. Un día sin tele o sin salir, es posible. Un mes es imposible.

No negociar. No negociar nunca implica rigidez e inflexibilidad. Supone autoritarismo y abuso de poder, y por lo tanto incomunicación. Un camino ideal para que en la adolescencia se rompan las relaciones entre los padres y los hijos.

No escuchar. Dodson dice en su libro El arte de ser padres, que una buena madre -hoy también podemos decir padre- es la que escucha a su hijo aunque esté hablando por teléfono. Muchos padres se quejan de que sus hijos no los escuchan. Y el problema es que ellos no han escuchado nunca a sus hijos. Los han juzgado, evaluado y les han dicho lo que habían de hacer, pero escuchar... nunca.

Exigir éxitos inmediatos. Con frecuencia, los padres tienen poca paciencia con sus hijos. Querrían que fueran los mejores... ¡ya!. Con los hijos olvidan que nadie ha nacido enseñado. Y todo requiere un periodo de aprendizaje con sus correspondiente errores. Esto que admiten en los demás no pueden soportarlo cuando se trata de sus hijos, en los que sólo ven las cosas negativas y que, lógicamente, "para que el niño aprenda" se las repiten una y otra vez.

Sin embargo, una vez que sabemos lo que hemos de evitar, algunos consejos y "trucos" sencillos pueden aligerar este problema, ofrecer un desarrollo equilibrado a los hijos y proporcionar paz a las personas y al hogar. Estos consejos sólo requieren, por un lado, el convencimiento -muy importante- de que son efectivos y, por otro, llevarlas a la práctica de manera constante y coherente.

Algunas de estas técnicas ya han sido comentadas al hablar de los errores, y ya no insistiré en ellas. Me limitaré a enunciar brevemente, actuaciones concretas y positivas que ayudan a tener prestigio y autoridad positiva ante los hijos:

Tener unos objetivos claros de lo que pretendemos cuando educamos. Es la primera condición sin la cual podemos dar muchos palos de ciego. Estos objetivos han de ser pocos, formulados y compartidos por la pareja, de tal manera que los dos se sientan comprometidos con el fin que persiguen. Requieren tiempo de comentario, incluso, a veces, papel y lápiz para precisarlos y no olvidarlos. Además deben revisarse si sospechamos que los hemos olvidado o ya se han quedado desfasados por la edad del niño o las circunstancias familiares.

Enseñar con claridad cosas concretas. Al niño no le vale decir "sé bueno", "pórtate bien" o "come bien". Estas instrucciones generales no le dicen nada. Lo que sí le vale es darle con cariño instrucciones concretas de cómo se coge el tenedor y el cuchillo, por ejemplo.


Dar tiempo de aprendizaje. Una vez hemos dado las instrucciones concretas y claras, las primeras veces que las pone en práctica, necesita atención y apoyo mediante ayudas verbales y físicas, si es necesario. Son cosas nuevas para él y requiere un tiempo y una práctica guiada.

Valorar siempre sus intentos y sus esfuerzos por mejorar, resaltando lo que hace bien y pasando por alto lo que hace mal. Pensemos que lo que le sale mal no es por fastidiarnos, sino porque está en proceso de aprendizaje. Al niño, como al adulto, le encanta tener éxito y que se lo reconozcan.

Dar ejemplo para tener fuerza moral y prestigio. Sin coherencia entre las palabras y los hechos, jamás conseguiremos nada de los hijos. Antes, al contrario, les confundiremos y les defraudaremos. Un padre no puede pedir a su hijo que haga la cama si él no la hace nunca.

Confiar en nuestro hijo. La confianza es una de las palabras clave. La autoridad positiva supone que el niño tenga confianza en los padres. Es muy difícil que esto ocurra si el padre no da ejemplo de confianza en el hijo.

Actuar y huir de los discursos. Una vez que el niño tiene claro cual ha de ser su actuación, es contraproducente invertir el tiempo en discursos para convencerlo. Los sermones tienen un valor de efectividad igual a 0. Una vez que el niño ya sabe qué ha de hacer, y no lo hace, actúe consecuentemente y aumentará su autoridad.

Reconocer los errores propios. Nadie es perfecto, los padres tampoco. El reconocimiento de un error por parte de los padres da seguridad y tranquilidad al niño/a y le anima a tomar decisiones aunque se pueda equivocar, porque los errores no son fracasos, sino equivocaciones que nos dicen lo que debemos evitar. Los errores enseñan cuando hay espíritu de superación en la familia.

Todas estas recomendaciones pueden ser muy válidas para tener autoridad positiva o totalmente ineficaces e incluso negativas. Todo depende de dos factores, que si son importantes en cualquier actuación humana, en la relación con los hijos son absolutamente imprescindibles: amor y sentido común.

Educar es estimar, decía Alexander Galí. El amor hace que las técnicas no conviertan la relación en algo frío, rígido e inflexible y, por lo tanto, superficial y sin valor a largo plazo. El amor supone tomar decisiones que a veces son dolorosas, a corto plazo, para los padres y para los hijos, pero que después son valoradas de tal manera que dejan un buen sabor de boca y un bienestar interior en los hijos y en los padres.

El sentido común es lo que hace que se aplique la técnica adecuada en el momento preciso y con la intensidad apropiada, en función del niño, del adulto y de la situación en concreto. El sentido común nos dice que no debemos matar moscas a cañonazos ni leones con tirachinas. Un adulto debe tener sentido común para saber si tiene delante una mosca o un león. Si en algún momento tiene dudas, debe buscar ayuda para tener las ideas claras antes de actuar.


Pablo Pascual Sorribas
Maestro, licenciado en Historia y logopeda.

Tomada de: www:solo hijos.com

Mi padre según pasan los años

Cuando yo tenía...
4 años: Mi papá puede hacer de todo.
5 años: Mi papá sabe un montón.














6 años: Mi papá es más inteligente que el tuyo.
8 años: Mi papá no sabe exactamente todo.











10 años: En la época en que mi papá creció,
las cosas seguramente eran distintas.
12 años: Oh, bueno, claro,mi padre no sabe nada de eso.
Es demasiado viejo para recordar su infancia.
14 años: No le hagas caso a mi viejo.
¡Es tan anticuado!
21 años: ¿Él? Por favor, está fuera de onda,
sin recuperación posible.
25 años : Papá sabe un poco de eso,
pero no puede ser de otra manera,
puesto que ya tiene sus años.
30 años: No voy a hacer nada hasta no hablar con papá.














40 años: Me pregunto cómo habría manejado esto papá.
Era inteligente y tenía un mundo de experiencia.
50 años: Daría cualquier cosa por que papá estuviera aquí
para poder hablar esto con él.
Lástima que no valoré lo inteligente que era.
Podría haber aprendido mucho de él.








Padres y Maestros

En el presente artículo queremos hacer una reflexión sobre aquellos aspectos que marcan la relación entre padres y maestros - familia y escuela - en la difícil tarea que a ambos les concierne: la educación de los hijos.
Un rápido análisis nos permite afirmar que, hace unos pocos años, las familias contaban con elementos de solidez propios muy superiores a los actuales: tenían unas con, Ficciones más profundas, mayor estabilidad, menor estrés, más miembros y mayores oportunidades de interacción entre ellos, etc. En la actualidad, las familias, a pesar de sus mejores niveles de formación y educación, están más afectadas por influencias sociales negativas propias de la sociedad occidental y son más débiles en su estructura, encontrándose inmersas, en muchos casos, en problemas reales que afectan a su estabilidad. Carencia de ideales claros de vida, dificultades de convivencia o ruptura del matrimonio, etc. Esas familias necesitan más que nunca ayuda en su acción educativa profunda, y deben encontrar colaboración en el ámbito escolar, dentro de un marco de confianza.
La peculiar relación existente entre escuela y familia, exige de ellas una exquisita coordinación. Del mismo modo, la necesidad de personalización para una verdadera formación, y la reciprocidad de la relación establecida, solicitan crecientes grados de participación y comunicación entre ambas instituciones.
Una relación de confianzaPadres y Maestros
Son los padres quienes gozan de esa relación de intimidad única que exclusivamente se da en el seno de una familia y que permite todo tipo de interrelaciones personales: de afecto, ayuda, orientación, soporte, etc., que influyen y modifican los comportamientos de todos sus miembros. Suele decirse que en una familia todos educan y son educados.
Son, asimismo, los padres quienes están en mejores condiciones, a causa de su cariño desinteresado, de conseguir el crecimiento en autonomía de sus hijos y, por tanto, la madurez: un crecimiento en libertad y responsabilidad que solamente es posible, de manera armónica, cuando la familia soporta las decisiones personales, con su mezcla de aciertos y errores.
Características de larelación Familia-Escuela
El principio de subsidiariedad es el que marca esta relación. Es la familia quien tiene el derecho-deber de la educación.

Son los padres quienes tienen la posibilidad de decidir acerca de las cuestiones esenciales: más, a medida que los hijos son menores.
Son los padres quienes eligen el centro educativo, sobre todo en las etapas de Educación Primaria y Secundaria. Ayudan a los hijos también a elegir los amigos al situarles en determinados contextos sociales, don, de se entablan las relaciones de amistad.
Son los padres quienes, como consecuencia de su estilo de vida, relaciones, conversaciones, juicios, etc., van creando una cultura familiar que es clave en todo el proceso de maduración de la persona, de tal manera que muchos de los referentes en la toma de decisiones de las personas adultas se basan en actitudes y valores adquiridos en los primeros años de vida.
Son los padres quienes gozan de esa relación de intimidad única que exclusivamente se da en el seno de una familia y que permite todo tipo de interrelaciones personales: de afecto, ayuda, orientación, soporte, etc., que influyen y modifican los comportamientos de todos sus miembros. Suele decirse que en una familia todos educan y son educados.
Son, asimismo, los padres quienes están en mejores condiciones, a causa de su cariño desinteresado, de conseguir el crecimiento en autonomía de sus hijos y, por tanto, la madurez: un crecimiento en libertad y responsabilidad que solamente es posible, de manera armónica, cuando la familia soporta las decisiones personales, con su mezcla de aciertos y errores
Y es al elegir la escuela cuando la hacen partícipe de sus deseos, ideales, valores y objetivos educativos, aunque con frecuencia no los tengan ellos mismos suficientemente definidos o explicitados.
Establecen los padres con la escuela una particular relación de confianza, mediante la cual delegan autoridad, funciones, objetivos familiares, etc., en la institución a la que confían sus hijos.
La relación que se entabla entre familia y escuela es tan peculiar que sólo cabe situarla en el marco de la confianza- es la escuela, corno parte de la familia, una prolongación suya, adquiriendo así su pleno sentido.
Esa relación de confianza es la que determina, matiza y da forma al binomio familia - escuela, que debe estar marcado por una actitud de responsabilidad compartida y complementaria en la tarea de educar a los hijos. Ello implica una verdadera relación de comunicación donde padres y maestros establezcan una vía abierta de información, de orientación, sobre la educación de los hijos, constructiva y exenta de tensiones por el papel que cada uno de ellos desempeña.
En este sentido, la familia debe tener una actitud activa y participativa, más allá de las aportaciones puntuales de información sobre los hijos, en la medida que lo requieran los maestros: esto es, trabajar conjuntamente en la orientación de la persona en orden a un proyecto común de educación.
Si no se produce ese acuerdo previo sobre cómo y para qué queremos educar a nuestros hijos, la disfuncionalidad en la relación padres-maestros y en el mismo proceso educativo, estará asegurada. Una escuela no puede limitar su actividad a los campos que sean de su exclusivo interés, sin atender a las necesidades de la familia. Esa peculiar relación de confianza-servicio es característica de la escuela, particularmente en los niveles de Primaria y Secundaria.

Las mentiras de los niños

Por Bernabé Tierno y Antonio Escaja
El aprendizaje social de la mentira se insinúa en el ánimo del niño merced a la incoherencia existente entre los valores que normalmente le inculcan los adultos y esas manifestaciones con las que contradicen con la práctica lo que teóricamente proclaman. Así ocurre cuando el padre no se recata de jactarse ante el niño del último «negocio» con que acaba de engañar a los clientes, porque «no se puede perder dinero»...
De este modo se institucionaliza la inautenticidad y se justifica la hipocresía que tantas veces se oculta bajo el eufemismo de muchas expresiones adultas, como cuando llaman «hacer el amor» a lo que es puro egoísmo, «interrupción del embarazo» a lo que es un aborto intencionado, obrar «por motivos personales» a los que son motivos inconfesables... De este modo aprende el niño a llamar blanco a lo negro y negro a lo blanco, a mentir.
Si queremos prevenir al niño contra la mentira, tendremos que crear en torno a él un clima de autenticidad y veracidad, en el cual lo más importante sea la conducta honesta, coherente y libre de hipocresías; un clima en el que se sienta plenamente aceptado, libre de opresiones autoritarias que le obligan a defenderse y refugiarse en la doblez y el engaño.
Orientaciones pedagógicas
La tendencia del niño a la franqueza o a la doblez depende en gran medida de la actitud con que los adultos reaccionan frente a la mentira.
Señalamos a padres y educadores alguna pautas de conducta educativa:
1. Crear un clima que favorezca la verdad. Atacar de frente la mentira sin lograr antes esta condición es una empresa llamada al fracaso.
2. Analizar las causas de las mentiras. Dada la polivalencia y variedad de las mentiras infantiles, no se las puede juzgar con criterios simplistas. Habrá que comprender antes los motivos que impulsaron al niño a mentir, el sentido que para él tienen dichas «mentiras».
Se deben buscar siempre las causas, sin olvidar que las que parecen evidentes para el adulto no suelen serlo tanto desde el punto de vista del niño.
Más que la conducta mentirosa hay que tener en cuenta la condición psicológica que traduce. Su situación emotiva predispone al niño a distintas formas de mentira: la mentira de repliegue del niño tímido, que se siente desamparado ante las exigencias del contacto social; la mentira agresiva del niño colérico, que, ciego de ira, no encuentra la respuesta adecuada al momento; la mentira del pusilánime, que trata de huir del peligro; la mentira «justiciera» o revanchista, que busca el desquite o la compensación de una inferioridad real o ficticia...
Para comprender la importancia que la reacción emotiva tiene en el origen de la mentira, es preciso recordar que la mentira es el arma que el niño emplea ante una situación inesperada, de la cual duda que puede salir airoso con los medios normales que posee.
3. Liberarse de actitudes neuróticas. Muchas veces reaccionamos con ansiedad ante la simple posibilidad de la mentira: «¿Habrá dicho o no la verdad?» Y cuando la mentira es descubierta, entonces se le acosa al niño, se multiplican las preguntas y los interrogatorios... y, haciendo gala de una gran desconfianza, ya no se le cree, aunque diga la verdad.
Otras veces la ansiedad desemboca en explosiones exageradas de cólera, reproches sin fin, amenazas y vigilancia desmesurada. El niño es el primer sorprendido por la magnitud del efecto producido, y así descubre el enorme poder de su mentira, que intentará ejercer de nuevo.
El educador debe desembarazarse de estas actitudes, que bien pueden ser calificadas de neuróticas.
4. Reprobar la mentira. La mentira es demasiado importante para tomarla a la ligera. Algunos adultos la acogen con indiferencia o aparentan no darse cuenta y tal actitud evita el choque frontal con el niño; pero no hay que olvidar que éste construye su juicio moral en conformidad con los juicios de los adultos. Una cosa es buena o mala según lo que oigan decir a éstos, así que es menester, pues, hacerle comprender que la mentira forma parte de las acciones reprobables.
5. No reírle las mentiras. No se puede admitir la mentira como «gracia o broma», reírse con ella o alabar abiertamente la ocurrencia, ingenio o astucia de la que el niño da muestras.
Con esta actitud se estimula la mentira y se tuerce el juicio moral. Sucede también que los padres que así obran, en otras ocasiones no dejan de censurar o castigar la mentira, por lo que, con tal incoherencia, comprometen gravemente su acción educativa.
6. Evitar la complicidad. Hay adultos que estimulan la mentira del niño utilizándola para sus fines particulares. Incitan al niño a mentir con ellos o a mentir en su lugar; para lograr la colaboración del niño le chantajean afectivamente con promesas o amenazas. Por tanto, es un comportamiento nocivo que compromete de forma importante la formación moral.
7. Evitar la represión brutal. Una educación severa, que pretende corregir los más mínimos defectos, enderezar los más pequeños errores, que multiplica las advertencias y las prohibiciones, malogra la autoridad. Pedagógicamente es más efectivo limitar las normas y las exigencias a un número reducido, lo que permite mantenerlas con firmeza y asegurar su aceptación y cumplimiento.
8. Responsabilidad. Curar la mentira es más difícil que prevenirla. Cuando un niño se ha acostumbrado a mentir es porque han fallado las condiciones ambientales necesarias que previenen la mentira.
El niño acepta su mentira como un fallo, y el sentimiento de culpa que la acompaña puede superarse mediante la confesión de la propia culpa. Pero en vano esperaremos que el niño reconozca su conducta dolosa, si no le ofrecemos confianza y comprensión, o si cargamos las tintas con escenas espectaculares o dramáticas.
Conclusión
La mentira pone de manifiesto un fallo de la personalidad, una pendiente hacia el aislamiento y la desconfianza. Por tanto, luchar contra ella no es más que un alarde de buena voluntad, pero que está condenado al fracaso. Es necesario educar para la franqueza, la donación y la confianza mutuas, que es lo único que garantiza el equilibrio y la felicidad.
Tomado de "Saber Educar"